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sábado, 26 de julio de 2014

Carta abierta a Jordi Pujol

No estimada y recién revelada piltrafa (1) humana,

Manda huevos el eslogan
Resulta paradójico que tenga que empezar esta carta abierta felicitándote, pero así es la vida. Gracias por despertar de nuevo en mí las ganas de escribir sobre política, tema que poco a poco se va alejando de mis prioridades intelectuales, derivadas hacia otros menesteres más gratificantes y enriquecedores. Pero resulta imposible eludir esta oportunidad de resumir en una simple carta el viaje de un simple ciudadano que, mientras estuviste en política, siempre te votó, apoyado en el argumento, quizá un tanto simplista, de que eras uno de los pocos políticos, si no el único, a los que se les entendía lo que decían. Y que a pesar de tu deriva soberanista, que no comparto (aunque entiendo que todos podemos cambiar, incluso tú), siempre habías gozado de buen recuerdo en mi imaginario político. Y este viaje acaba aquí, con un comunicado absolutamente escandaloso y estrafalario que me voy a permitir comentar, incluyendo algunas referencias fiscales personales que te pueden resultar, con toda seguridad, mucho más exóticas y estrafalarias que tu situación, según parece, legal y satisfactoriamente resuelta con la Hacienda pública, es decir, con todos nosotros, que somos lo que pagamos (incluido, por fin, tú). 

A pesar de que la noticia de tu desahogo fiscal y espiritual ha saturado abrumadoramente todos los medios, me apoyaré en la crónica de Manel Pérez en el periódico La Vanguardia (2), medio no precisamente caracterizado por su extremismo ideológico y subvencionadamente próximo —por lo menos, hasta hace poco— a tu partido.

Pero antes de entrar en el análisis del estupefaciente (3) comunicado, conviene llamar la atención sobre el siguiente esclarecedor párrafo de la crónica, el cual representa, en mi modesto entender, la verdadera clave cualitativa, el verdadero exponente de tu dimansion ética: «El desencadenante de la regularización conocida ayer fue el conocimiento de que un exempleado de banca de Andorra había sustraído documentos con referencias a las cuentas de los afectados y estaba divulgándolos». O sea, que lo de piltrafa está más que justificado. Si este elemento no aparece en escena, todavía estaríamos en la inopia más absoluta. Es decir, nada de ver la luz, nada de, tras 34 años, «haber encontrado el momento adecuado», nada de nada, sólo una clara y meridiana «ínfima consistencia moral».

Pero vayamos al esperpéntico comunicado: Al parecer se trata de un dinero «ubicado en el extranjero», no incluido en el testamento de tu padre en 1980, «destinado a mis siete hijos y mi esposa», porque «él consideraba errónea y de incierto futuro mi opción por la política». Pues se equivocó, porque no se puede decir que, hasta hoy, te haya ido —a ti y a toda tu familia—, demasiado mal. Sigues con «...y aunque mi conciencia y mi cargo me empujaban a rechazar esta herencia... finalmente decidí encargar su gestión a una persona de máxima confianza... gestión de la cual no quise saber nunca el más mínimo detalle...». Caramba, menuda sarta de incongruencias, con política del avestruz incluida. El final del párrafo es glorioso: «Es en este momento —cuando esta persona cedió la gestión a uno de tus hijos— que mi error original contaminó (4) directamente a mis siete hijos y a mi esposa». Realmente, se debe reconocer que han quedado bastante «contaminados», cualquiera que sea la acepción, siempre negativa y nociva, que se utilice para el verbo. 

Y qué decir de lo ya comentado: en 34 años, «Lamentablemente no se encontró nunca el momento adecuado para regularizar...». No alcanzo a comprender el empleo del adverbio, porque no entiendo que haya nada de lo que lamentarse, más allá de la imprevista y desgraciada aparición del exempleado cantor. Y por fin, el desenlace «Finalmente ha tenido que ser en estos últimos días que los miembros de mi familia han regularizado esta herencia...». Aleluya, y ahora los descargos:

«De los hechos descritos y de todas sus consecuencias soy el único responsable..., compromiso de comparecer ante las autoridades..., para de esta manera acabar con las insinuaciones y comentarios». Pues claro que eres el único responsable. Menuda obviedad.  Por otra parte, ¿qué insinuaciones? ¿Qué comentarios? No serán los míos, a quien este comunicado le ha explotado inopinadamente en toda la cara, dejándome prácticamente sin referencias políticas. Y no es que tú lo seas, es que cuando ejercías, yo todavía votaba. Luego, bueno o malo, eras (digo eras) un referente histórico y un recuerdo de tiempos mejores, donde, tras la anhelada llegada de la democracia, ir a votar en familia era una actividad festiva, lúdica y ejemplar. Terminas exponiendo «todo ello con mucho dolor...—la referencia a tu familia no la incluyo, francamente sobra—..., sobre todo por lo que puede significar para tanta gente de buena voluntad que puede sentirse defraudada en su confianza, a la cual pido perdón». Por pedir que no quede, aunque el mío no lo tienes. Traca final: terminas deseando que esta declaración «sea reparadora del mal..., y de expiación (5) para mí mismo». Es decir, para ti, deseando que expíes (o que te expíen) según la acepción 2 (aunque no caerá esta breva).

Y me gustaría terminar con algo de aritmética tributaria. Según el cronista citado, regularizar los cuatro millones escondidos 34 años os van a costar (de hecho, ya os han costado) cinco millones. No soy experto fiscal, ni queda claro, pero vamos a suponer que pagando cinco millones a Hacienda, vuestra situación queda regularizada. Es decir, aportando un millón más —me pregunto cuántos quedan—, todo arreglado. Esto representa un 125% de lo defraudado, de lo cual, dividido por 34 años, resulta una sanción del 3,68% anual. Ahora veamos mi caso:

En 2007 se me ingresaron 10 € (diez euros) en cuenta por parte de mi editor, como royalties de los últimos cinco ejemplares vendidos de una obra sobre una versión entonces ya obsoleta de la norma ISO 9001, obra que, en años anteriores, se había vendido bien y cuyos royalties declaré convenientemente. La verdad es que ni lo advertí y no lo tuve en cuenta en la declaración, pero claro está, el editor si lo hizo y en 2011 me llegó una sanción por no haber declarado “dos pagadores”, por un importe total (declaración nueva, atrasos, sanción e intereses) de 1.100 € (mil cien euros), es decir, un 11.000 % (once mil por cien), lo que, en cuatro años, resulta un 2.750 % anual. De nada sirvió apelar al sentido común, consiguiendo únicamente un aplazamiento del pago en seis plazos. Y ahora vamos a hacer números. Ya sé que no es forma de hacer estas cuentas, pero el personal simple, el personal de a pie, el simple ciudadano, no llega a mucho más que a la regla de tres, y esta es la que voy a aplicar.

Germán Gallego, sanción aplicando el baremo de la familia de Jordi Pujol:
  • 10 € x 3.68% x 4 años = 1,472 €
Familia de Jordi Pujol, sanción aplicando el baremo de Germán Gallego:
  •  4.000.000 € x 2.750% x 34 años = 3.740.000.000 € (tres mil setecientos cuarenta millones).
O sea, mis 1.100 € se quedarían en un café, y vuestros cuatro millones deberían ser... Ya podéis estar contentos. Más o menos, como yo.

Saludos cordiales, piltrafa humana. Doy por sentado que no vas a leer esta carta, pero, a todos los efectos, la doy por presentada y leída. Qué satisfacción. Y qué desahogo.

¡Ah! Me olvidaba del tema del blog. Calidad = CERO, Excelencia = CERO; Política = CERO.

Notas:
1 - piltrafa: acepción 2. f. Persona de ínfima consistencia física o moral.
2 - El editorial de La Vanguardia de hoy, un tanto tibio, defiende la tesis de que este hecho no puede catalogarse de corrupción. No estoy en absoluto de acuerdo.
3 - Espero que no se agoten los adjetivos: ya llevamos escandaloso y estrafalario.
4 - contaminar:.
     1 - tr. Alterar nocivamente la pureza o las condiciones normales de una cosa o un medio por agentes
          químicos o físicos. U. t. c. prnl.
     2. tr. Contagiar, inficionar. U. t. c. prnl.
     3. tr. Alterar la forma de un vocablo o texto por la influencia de otro.
     4. tr. Pervertir, corromper la fe o las costumbres. U. t. c. prnl.
     5. tr. Profanar o quebrantar la ley de Dios.
5 - expiar:.
     1. tr. Borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio.
     2. tr. Dicho de un delincuente: Sufrir la pena impuesta por los tribunales.
     3. tr. Padecer trabajos a causa de desaciertos o malos procederes.
     4. tr. Purificar algo profanado, como un templo.

1 comentario:

  1. A un personaje de esta catadura humana, seguro que nada de lo que podamos decir de él en su descrédito, le afecta lo más mínimo, faltaría más.

    No sirve para nada a no ser para el desahogo personal, las descalificaciones o insultos, lo que debemos hacer los ciudadanos es, exigir a las instituciones y al gobierno que nos representa, que lleven a este hombre ante la justicia, y actúen en consecuencia a sus actos con la mayor diligencia y el máximo rigor, y si no lo hacen, dar nuestra respuesta en las urnas, nada más.

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